Conoces mi nombre y el día de mi cumpleaños, sabes cuántos días te llevo y la parroquia en la que nací. Me viste por primera vez con mi cabello natural y a lo largo de este tiempo, has atestiguado su cambio en una variedad de colores y estilos, algunos de los cuales te han gustado, como me has dicho. Conoces la ropa que uso, cuánto maquillaje aplico en mi rostro y el color de mis ojos. Sé que sabes muchas cosas sobre mí que quizás yo no noto, pero sé también que hay cosas que desconoces. Te las voy a contar.
Me gusta el olor a jazmín, en perfume, té, crema, jabón y ambientador de baño. Puedo tocar dos canciones en guitarra, aunque aún no logro coordinar con la voz. Me gustan las cajas de lata, de todos los tamaños y formas, por eso me alegré cuando vi la cajita de té que me regalaste. A veces me baño pasando un día, por practicidad y pereza. Me gustan los documentales y leer sobre historia, y aunque no tenga la razón siempre como tú (en gran parte por mi falta de atención a los detalles), conozco sobre varios temas de los que prefiero hablar en vez de meterme en una larga y vacía conversación sobre el día o el clima.
Le tengo tanto miedo a la muerte que a veces me quita el sueño. Gran parte de mi vida he pasado buscándola, pero en realidad no quisiera jamás encontrarla. Quisiera ser esta persona, en este cuerpo, para siempre. Sé que más de una vez te asusté con mis intentos de eliminarme, y por eso, estoy avergonzada y arrepentida. Si no tuviera ganas de vivir, no trataría de estar mejor.
He empezado a escuchar la música que tú escuchas, por nostalgia y para sentirte cerca. Por lo general, me hace llorar. Vi a The Killers en Buenos Aires y lloré, en medio de la multitud y el calor sofocante, mientras tocaban “For Reasons Unknown”, porque me recuerda a ti.
Tomo vino todos los miércoles mientras escucho un disco. En esos momentos, no me siento tan sola, pero se acaban y vuelvo a mi cabeza. En esos breves instantes, la sala de mi casa se torna de colores, hasta que empiezo a sentirme triste y debo irme a la cama, arrastrándome, mareada y ansiosa. Mi doctora me ha prohibido excederme con el alcohol, ya que he podido ratificar que pierdo el control de cada una de mis emociones cuando llego a ese estado, y podría hacerle daño a otros, o hacérmelo a mí misma. Es difícil no poder ser normal, reír, disfrutar los momentos, beber y estar contento. Es difícil tener que lidiar con las penosas consecuencias de mis ganas de ser normal, y a la vez, de dejarme ir sin tomar en cuenta lo que podría pasarme. No hay mucho más que hacer: tejer, ver películas en Netflix (aunque la mayoría de veces solo dejo la televisión prendida mientras intento dormir), ir al trabajo, hacer arroz con leche…
Pierdo más tiempo del que debería en el teléfono, producto de la soledad y la falta de pasatiempos. Instagram se roba casi toda mi atención, Facebook durante el trabajo, y Twitter una vez al mes, cuando necesito sacar algo puntual de mi cabeza. Debo siempre andar en puntillas en el campo minado que es el círculo virtual en el que ambos habitamos. Un comentario encontrado sin querer, un like siquiera, la presencia de personas que preferiría nunca encontrar; a veces no puedo con todo lo que eso implica, la avalancha de recuerdos y emociones que chocan contra mis ojos y les sacan lágrimas, la existencia tuya tan cercana y lejana.
No hablo con nadie. Mi mamá me escribe a diario y respondo meramente por un esfuerzo que hago en ser más tolerante con ella. A veces extraño a personas, pero no mucho. No entiendo mis emociones, me apego a las personas pero pocas veces las extraño. La mayoría del tiempo estoy contenta con no hablar. La doctora dice que debo conocer mejor lo que me pasa para poder manejarlo, pero no es muy fácil cuando ni siquiera te das cuenta de que todo, absolutamente todo lo que haces, está ligado a la sombra malévola de una enfermedad. A veces pienso que la gente es así, como yo, hasta que hago algo, cualquier cosa, para autosabotearme. La gente no hace eso.
Mi vida es un gran momento incómodo, al interactuar, llevar a cabo las más mínimas acciones del diario vivir, hasta dormir. Me he llegado a dar cuenta de que hasta las personas más ariscas pueden ser mejores socializando que yo. Me sorprende cada día lo inepta que puedo llegar a ser.
Quisiera poder tener la iniciativa de salir a conocer el mundo. Moriría por dar un paseo por la playa o ir a la montaña, pero las ganas se me acaban cuando me doy cuenta de que en el fondo, no podré disfrutar nada de la maravillosa tierra en la que vivo. Quisiera haber podido ser esa persona aventurera contigo.
Es jueves, estoy escuchando el disco que me regalaste, empapado de lágrimas mi rostro. Saber que no podré hablar contigo o escuchar tus tontos chistes me hace sentir atrapada en un gran círculo negro. No tengo certezas de nada, no sé si algún día pueda ser mejor o siquiera si vaya a mantener la voluntad de vivir por mucho más tiempo, pero sé que te amo, y como te aseguré, tarde o temprano, volveré a encontrarte. Porque por más cruel que sea el mundo, lo único bueno, por lo que vale la pena sufrir esta vida es el sentir. Los vínculos fuertes jamás se rompen, así llegue la misma muerte.
Y Jónsi y Lisa. Ellos mantienen fuerte el lazo que nos une, y estoy segura, un día nos jalarán el uno hacia el otro.